30.11.08

La divulgación no tiene un objetivo educativo

Me encantó este artículo para compartirlo con ustedes. Espero que les guste

Artículo publicado en la revista El Monitor de la educación Nª18- 5ta. época- Septiembre 2008

“La divulgación no tiene un objetivo educativo”

Diego Golombek es un científico muy particular. Doctor en Biología, trabaja como profesor titular regular en la Universidad Nacional de Quilmas y como investigador independiente en el Conicent. Su nombre comenzó a ser conocido por los artículos sobre divulgación científica publicados en diversos medios y por dirigir la exitosa colección de libros “Ciencia que ladra”.
Desde el año pasado conduce el programa Proyecto G por el Canal Encuentro, del Ministerio de Educación. Allí, desde un novedoso formato televisivo, acerca cada semana el conocimiento científico a situaciones de la vida cotidiana con mucho humor y sin perder rigor académico, una idea que desarrolla en profundidad en esta entrevista.

“Es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio”, repite hace varios años el biólogo Diego Golombek. Y se ha tomado en serio sus propias palabras: es el propulsor de dos propuestas de divulgación científica que se volvieron masivas.
Una es la colección de libros “Ciencia que ladra”, para la editorial Siglo XXI, que
-desde 2002- logró que publicaciones dedicadas a la ciencia se transformaran en éxito de ventas. Entre ellos, los “best sellers matemáticos” de Adrián Paenza y también algunos libros del mismo Golombek –como Sexo, drogas y biología-. La otra es más reciente y televisiva: Proyecto G, el programa que conduce por Canal Encuentro, en el que se descubre la ciencia escondida en la vida cotidiana en un formato entretenido y también riguroso.
Acerca de estos temas, entonces, Diego Golombek dialogó con El Monitor.
-¿Qué virtudes tiene divulgar la ciencia?
-Hablaría de obligaciones: la ciencia se hace ciencia cuando se comunica. Hasta entonces, es algo que ocurre en un ámbito cerrado e inútil. Hay distintos tipos de comunicación: la profesional, que es fundamental y consiste en contarles a los colegas lo que uno hace –en publicaciones específicas o congresos- y la comunicación pública de la ciencia, que es para un público mucho más general. Esa se llama divulgación científica. En general, eso no se considera tan importante como la comunicación profesional, pero en el último tiempo empezó a ser una parte ineludible de la ciencia.
-¿y cuáles son las ventajas?
-algunas, no menores, son las que conciernen a los mismos investigadores: al contar lo que hacen, lo entienden más porque buscan explicaciones, analogías, metáforas. Hacer bien ciencia es contar una historia que implica preguntarse qué hago, cómo y a quién se lo cuento. Otra ventaja es que uno siente que hace cierto aporte social. Pero las ventajas principales están del lado del público. Hay, por un lado, una función proselitista de la divulgación. Necesitamos más científicos, no cabe duda. Hay algunas áreas donde la deficiencia es atroz: las ingenierías, las químicas, las geologías, las ciencias de la atmósfera. Los pibes no tienen idea acerca de qué se trata eso. En general, creen que estudiar una carrera científica consiste en ser un mártir, morirse de hambre y no tener trabajo. Por eso muchos eligen carreras tradicionales como Derecho o Económicas, y no lo que quieren hacer: una carrera de Ciencias. Hacer divulgación es contar un poco de qué se trata esto, con un costado de: “Vengan, que está bueno”. Pero lo principal es una cuestión casi de ética ciudadana, que viene del convencimiento de que la ciencia es la explicación más poderosa sobre los fenómenos naturales. Y que está muy buena porque permite tener una metodología racional para buscar el entendimiento. Eso no es privativo de los científicos, de ninguna manera. Es una actitud. Necesitamos, sobre todo en América Latina, tener actitudes más racionales sobre el mundo, menos mágicas, menos autoritarias.
-Y en el camino de quitar solemnidad, ¿cómo se hace para no perder la rigurosidad?
- Es una cuestión de estilo. Hay muchas versiones de divulgación científica. A mí me interesa desmitificar el arquetipo del científico loco, con moscas en la cabeza, guardapolvo y que no puede estar más de dos minutos sin escribir ecuaciones, porque la ciencia no se trata de eso. La investigación en todo caso es eso; la ciencia vista como actitud es algo mucho más cotidiano. Y dentro de ese día a día esta el hecho de que quienes hacen ciencia son personas iguales que un jardinero, un colectivero, una maestra o cualquiera. Y que, pese a lo que la gente puede pensar, se ríen y la pasan bien. Entonces, busco situaciones que salgan del arquetipo de ciencia y de científico, y también una manera de contar que sea entretenida, ya que la divulgación científica es un fenómeno de comunicación mediática. Y entretenimiento no quiere decir algo barato: no hacemos “Ciencia por un sueño”, sino algo que entretiene y que, mientras tanto, permite aprender o descubrir algo. Hay otras formas no menos buenas –como documentales- con las que uno no se va a reír, pero se va a fascinar. Pero a mí me gusta divertirme y, con eso, entretener a otros. Sino, no lo quiero hacer. La divulgación me lleva mucho tiempo, que se lo saco a mi profesión principal: la investigación.
-¿Qué tiene de bueno explicitar ese vínculo entre vida cotidiana y ciencia?
-Hay una falacia que es igualar ciencia con investigación. La investigación es un fenómeno profesional. La ciencia no es eso, sino una cuestión inquisitiva, una manera de hacerse preguntas que lleven a un tratamiento experimental y a la formulación de hipótesis que debiera ser algo fundamental en toda educación básica, media, superior y en todo aspecto que requiera toma de decisiones. Hay cuestiones muy complicadas que uno tiene que decidir: cuestiones de enfermedades o sociales –como transgénicos, clonación-, pero también está lo que pasa cuando abrís los ojos y ves luz y colores, o te bañás. Ahí también hay muchas preguntas científicas, que tal vez no son objeto de una investigación profesional. A mí me interesa la divulgación que demuestra que en las preguntas de la vida cotidiana se hace ciencia, aunque no seas conciente. Y creo que eso lo hace más divertido, porque uno se relaciona de otra manera con lo que alguien cuenta.
-En tu experiencia personal, ¿qué recuerdos tenés de tus primeras aproximaciones a la ciencia, como niño?
-Yo era un niño “cientifiquito”: no salía ni a cazar mariposas ni a quemar hormigas con la lupa. Todo lo contrario, tenía una inclinación mucho más humanística. No tengo mucha idea acerca de cómo hice una carrera científica ni por qué. Tanto es así que en los primeros años de Biología no me interesaba nada. Hasta que, a partir de conocer gente que hacía cosas que me gustaban, descubrí un camino y dije “De esto se trata”. Lo mío es curioso, porque estudios hechos en Europa sostienen que la mayoría de los científicos se han decidido por una carrera de ese tipo antes de los 15 años. Esto habla de la importancia de la enseñanza de la ciencia a una edad temprana, que casi no existe.
-¿Y de tu experiencia escolar en cuanto a la enseñanza de la ciencia, qué recordás?
-En la escuela primaria no había ciencia, salvo algunas genialidades de alguna maestra interesante. Hice la secundaria en plena dictadura, así que no fui feliz. Tuve libros que son una bosta, que ahora no existen, como el Santos Lara, y que además tenían errores. Aunque eso era lo de menos, sobre todo eran pocos convocantes: a nadie le interesaba abrir un libro pese a que ahí había cuestiones tan fundamentales para la adolescencia como la sexualidad y el desarrollo. Lo único bueno que recuerdo tiene que ver con las veces que explotó algo en el laboratorio.
-En la divulgación, ¿qué lugar puede ocupar la escuela?
-Muchísimo, pero con cierta precaución. La divulgación no tiene un objetivo educativo, de ninguna manera. Puede complementar, pero la ciencia se aprende en la educación formal. Y la única manera es hacer ciencia. Leer o ver un programa de tele puede generar cierta inquietud, despertar una vocación y alentar en la búsqueda de otros elementos, pero no reemplaza a la educación. La educación no formal es fundamental en ciencias: ir al museo o ver una película que toma algunos elementos científicos es maravilloso porque entusiasma, pero no reemplaza. Dicha esa cuestión precautoria, ¿qué quiere decir esto de complementar? Que los profesores puedan aprovechar esos elementos y que luego eso caiga en la formalidad. Eso requiere una actitud muy abierta y valiente del docente y mucha preparación, porque eso implica que va a acompañar al alumno en una búsqueda sin bajar línea: aprovechando los elementos que le da la divulgación para acompañarlo en un recorrido científico. Eso es dificilísimo, porque requiere de los docentes una formación muy fuerte en Ciencias, que les permita tener racionalidad y método. Y ese docente el que es capaz de acompañar al alumno, y puede decirle: “No sé, busquemos juntos”, es el que más se nutre de elementos de divulgación. Porque está con las antenas paradas para ver con qué puede fomentar esa curiosidad de los pibes, pese a que la escuela es inhibidora de la curiosidad científica al dar una única versión del mundo y, al insistir en las clases magistrales –con un pizarrón y alguien que habla-, la posibilidad de disparar preguntas queda relegada. La divulgación es un excelente insumo para ayudar al docente en esa búsqueda, siempre que se sienta seguro para aprovecharlo.
-¿Y en Proyecto G cómo se da esa mezcla entre televisión y divulgación?
-Proyecto G son estas ideas hechas tele, con la intención de contar la ciencia desde otro lado, no la investigación. Si bien participan científicos, se cuentan cosas de preguntones inclaudicables. Con ciertos guiños como el humos permanente y la ficción. Es raro ver un programa de ciencia así, que tenga científicos disfrazados de actores. Al final del programa, uno se entera de que el hombre que estaba disfrazado de plomero o de cuidador de zoológico era un psiquiatra o un físico. Y el programa va por otro camino que el de los problemas mayores de las ciencias. El fin es divulgativo, con la enrome sorpresa de que ha sido apropiado con fines educativos. Tenemos mucha conexión con docentes de muchos niveles que utilizan disparadores del programa para dar su clase. Eso es un orgullo. Lo mismo ha pasado con los libros de “Ciencia que ladra”. Nosotros, cuando empezamos la colección, lo hicimos para una comunidad pequeña, de personas interesadas en la ciencia, y nos encontramos con que hay un mundo ahí afuera, ávido por recibir estas cosas y por entretenerse de esta manera. Y dentro de ese mundo, está la escuela.
-En Proyecto G, ¿cómo solucionaron el hecho de no quedar presos del formato televisivo, sin negar que el programa es un producto televisivo?
-la tele es la tele. Aunque sea el Canal Encuentro, que todos coinciden en que es maravilloso. Requiere que uno esté haciendo zapping y de golpe algo lo atraiga y se quede. No existe la televisión cultural como fin en sí mismo. Proyecto G es un producto televisivo, más allá de que sea de ciencia, inserto en un canal que resolvió muy bien el tema de atrapar a ciertos televidente, no a todos. Pero ese problema de la televisión está muy presente y es una fuente de conflicto. Porque si nuestros aliados naturales son los científicos y sus ámbitos de trabajo, a veces tenemos que echar mano a recursos televisivos de los cuales yo, como científico, soy el primero que se burla: cuando me hacen una nota y me piden que ponga detrás de mí unos líquidos de colores de los que salga humo. Pero hay que hacerlo porque permite que la gente se interese desde el punto de vista visual, y de paso vea un contenido convocante, impactante e interesante. El hecho de que haya científicos que trabajen como actores es un riesgo adicional. No somos actores, somos unos quesos para actuar. Es difícil que un tipo quiera participar en una ficción. Entre otras cosas, porque lo van a ver sus colegas y la exposición es muy alta. No tanto en mi caso porque ya perdí todo tipo de vergüenza, pero sí cuando invitamos a alguien que dice “Ah, ustedes quieren que yo actúe y diga un chiste”. Y con toda razón, muchos responden: “No puedo, no me da”. Con defectos logramos algo bastante parecido a lo que queremos: un programa entretenido con contenido riguroso, que esté bueno ver y que dispare a una búsqueda de textos o a saber qué hay en el instituto de tu ciudad sobre ciencia.
-¿Cómo es el espacio de la colección “Ciencia que ladra”?
-Es el más querido: es una ideología de cómo hacer comunicación pública de la ciencia, no compartida por todos los comunicadores –ni mucho menos por todos los científicos-, que se basa en asegurar la rigurosidad y credibilidad del producto sobre la base de que los que escriben saben de qué se trata y son expertos en el tema. Se puede colar algún error, aunque lo mejor es que no suceda. Una vez descansado el fenómeno de la rigurosidad, queda el cómo contarlo: queremos libros que se lean con pasión, como una novela que no se puede dejar. Y ocurrieron milagros con libros de ciencias que hoy son best sellers. No solo los muy conocidos de Adrián Paenza, sino también muchos otros. Se nota que ahí había un vacío, un nicho de gente que quiere saber más de qué se trata. Es una combinación de estar tranquilo con el rigor científico y pelearla mucho para que el objeto cultural sea apasionante porque, si no lo logramos, estamos haciendo más de lo mismo.
Ivan Schuliaquer

Cómo es Proyecto G

¿Por qué el bostezo es contagioso? ¿Los perros ven en blanco y negro? ¿La espinaca da fuerza? ¿Por qué cantamos mejor en la ducha? Con esa voluntad de preguntones inclaudicables aparece, ideado y conducido por Diego Golombek, Proyecto G: el programa que emite Cana Encuentro los lunes a las 22, con varias repeticiones en la semana.
El formato es peculiar: un científico conductor –Golombek-, dos asistentes y varios personajes –colaboradores que se suceden según la pregunta que surja del vínculo entre ciencia y vida cotidiana. El resultado permite obtener respuestas para interrogantes que uno se hizo muchas veces y también para rebatir o confirmar cosas que uno tenía incorporadas sin haberlas indagado nunca.
Así, profesionales de las ciencias duras de diversas disciplinas se visten de actores para responder interrogantes que surgen de las situaciones más comunes. Y si bien no se explicita la condición de estos personajes hasta el final de programa, el espectador comprenderá enseguida que se presentan a un juego y que la actuación no es su fuerte: todo sea para divulgar.
Con un formato entretenido que no decae a lo largo del capítulo y con muchas preguntas y respuestas, Proyecto G muestra que muchas de aquellas cosas con las que convivimos día a día son explicables desde la ciencia.
El resultado es auspicioso, y el televidente se entretiene y conoce cosas nuevas. Con esta propuesta, Golombek y equipo también se animaron a contestar a otra pregunta recurrente: la de cómo hacer un programa de televisión divertido del que se pueda aprender. La respuesta está en Proyecto G.

2 comentarios:

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  2. Me pareció excelente el artículo. La relación que hace entre ciencia y situaciones cotidianas, el enfoque humorístico, las preguntas que plantea (y que quizá nos hemos preguntado alguna vez, sin encontrar respuesta) la idea de entretener a través de la divulagación científica, etc, todo me invita a esperar que llegue el lunes para no perderme el programa. Muy bueno tu aporte Gri!

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Programa de la asignatura

Objetivos del curso:
Que los alumnos que cursan
Utilicen habilidades y estrategias para el trabajo intelectual individual y grupal de manera responsable e independiente, dando cuenta en sus participaciones de actitudes colaborativas y comprometidas.
Distingan las propiedades de los textos escritos y audiovisuales en diferentes soportes, para la comunicación de conocimientos y apliquen las herramientas básicas para operar y resolver las situaciones problemáticas planteadas en cada área disciplinar de la carrera elegida.
Desarrollen habilidades para la búsqueda, comprensión, análisis y registro de la información científica.
Identifiquen problemas en torno a sus logros y obstáculos en el trabajo intelectual con contenidos afines a su objeto de estudio, y a partir de aquellos adopten y construyan andamiajes y apoyos apropiados para resolverlos.


Bloques de contenidos a desarrollar durante el curso:

Unidad I: Introducción. La vida universitaria. La indagación de las estrategias de estudio en los estudiantes. El conocimiento científico. La perspectiva del rol profesional y el perfil de egresado. Problemas reconocidos y propuestas para formar competencias científicas y comunicativas. Estrategias metacognitivas y metareflexivas en la organización del trabajo intelectual.

Unidad II: La comunicación del conocimiento científico en las universidades y en ámbitos de divulgación. Contextos, emisores, receptores y textos de información científica. Las funciones y las tramas. La cuestión disciplinar y sus abordajes. Metodología de la investigación.

Unidad III. La lectura en el nivel superior. Modelos de comprensión lectora que vehiculizan los diversos textos. Técnicas de producción y comprensión de textos. Las estructuras textuales. Macroproposiciones y la estructura del texto informativo.

Unidad IV: La escritura en el nivel superior. La producción de las comunicaciones de la información. Monografía, tesis, informes, ensayos y trabajos de divulgación. Exposición oral, discurso, conferencia, panel, etc. El plan y la escritura del trabajo. Fases para su desarrollo.

Unidad V: La perspectiva de la construcción colectiva de conocimiento. Dinámica del trabajo grupal, comunicación y redes colaborativas. Hipertexto. Las competencias que requieren las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Evaluación. Estrategias desarrolladas para afrontar las propuestas de evaluación.